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Me acuerdo (Alicia Martorell)

21 / 10 / 2015

Fuente: www.cvc.cervantes.es

En esta entrada de la revista de traducción El Trujamán, Alicia Martorell nos cuenta sus primeros pasos en el mundo de la traducción y de cómo ha salido de momentos difíciles trabajando duro y contando con el apoyo de buenos compañeros.

Me acuerdo de la primera traducción que entregué: era solo una página y, como la llevaba en el bolso, llegó hecha un bollo. La encargada de la agencia, en lugar de borrarme de su lista para siempre, me explicó calmosamente que ella no la podía entregar así y que si no me ponía las pilas no llegaría muy lejos. Y además me prestó una máquina para que la pasara a limpio y me siguió dando trabajo durante muchos años. Se llamaba Pilar y vive en mi memoria y en la de los numerosos traductores a los que limpió los mocos con paciencia.

Me acuerdo de la compañera que se pasó toda la noche conmigo haciendo café, pasando correcciones, imprimiendo y organizando papeles. Cuando amaneció, desayunamos unos churros felices y me marché a entregar.

Me acuerdo de aquel cliente con el que me equivoqué en la fecha de unas escrituras y, en lugar de echarme a las patas de los caballos, me tranquilizó y me dio la oportunidad de resolver el problema. Siempre hay una espantosa primera vez para esas cosas, pero la mía fue menos traumática de lo que podía haber sido, gracias a esa persona.

Me acuerdo de la compañera que me explicó por primera vez por qué una tarifa baja no siempre es mejor garantía de futuro. Yo estaba muy verde y pensé que se le había subido a la cabeza. Tardé muchos años en entender lo que me estaba diciendo, pero me acuerdo.

Me acuerdo de la compañera que creyó en mí cuando estaba empezando y me metió en un proyecto de traducción maravilloso.

Me acuerdo del compañero que, lápiz en ristre, se leyó mi primer libro de cabo a rabo, sin pedirme nada a cambio.

Me acuerdo de esa compañera que siempre se acuerda de mí cuando oye hablar de proyectos de español.

Me acuerdo del compañero que me ayudó a instalar los primeros programas, esos que venían en cajas y cajas de discos. Y que me asistió con paciencia en varias crisis informáticas.

Me acuerdo de la compañera que se pasó una tarde entera explicándome cómo funciona Studio. ¡Y luego ni siquiera me dejaba pagar las cañas!

Me acuerdo del compañero que me pasó el primer cliente directo.

Me acuerdo de los infinitos compañeros que me han revisado tantas veces el francés del currículo, las cartas de presentación, los presupuestos, los mensajes de correo.

Me acuerdo de todos los que me han leído textos difíciles, frases difíciles, los que me han ayudado a encontrar términos, a resolver enigmas, a redactar mejor, los que me han desatascado, tranquilizado, devuelto al carril, ayudado a encontrar errores, con la misma dedicación, curiosidad y entrega que si el problema fuera suyo.

Me acuerdo, claro que me acuerdo. Me acordaré siempre. Este trujamán apenas es un modesto reconocimiento de la deuda inmensa que tengo con mi profesión.

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