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La realidad del traductor literario: luces y sombras

03 / 09 / 2015

Fuente: www.eldiario.es

El mundo editorial no pasa por su mejor momento y los traductores literarios tampoco se han librado de la precarización de la profesión. Plazos de entrega absurdos, tarifas bajas, disponibilidad constante, jornadas interminables delante del ordenador...

Cuatro personas mantienen una conversación sobre la novela Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Tres de los participantes declaran que el libro les ha resultado muy aburrido y tedioso. Tanto, que ni han llegado a la última página. Sólo hay una voz discordante: uno de los conversantes comenta que le ha gustado mucho y añade que puede ser porque la traducción del clásico está firmada por Carmen Martín Gaite.

De dicha discusión se extrae una conclusión evidente: una buena o mala traducción influye en la opinión final sobre la obra (que se lo digan al pobre Flaubert). El libro se vende como un texto firmado por un autor, no como el resultado final de un trabajo en el que han participado un lector de manuscritos, un editor, un corrector y, precisamente, un traductor.

Los integrantes del gremio trabajan en la sombra. ¿Deberían de recibir más atención? La traductora literaria Julia Osuna, en  cuyo currículum pueden verse los títulos de más de 60 libros traducidos, opina que la figura del traductor debería tener más peso: “Como cualquier artista, y no por una cuestión de vanidad, sino porque el reconocimiento haría que las condiciones laborales fuesen mejores y, en consecuencia, la calidad de las traducciones también mejoraría”.

Javier Calvo es uno de los nombres más conocidos del sector, tanto por el tiempo que lleva ejerciendo como por el hecho de ser escritor. Como él mismo expone: “Cuando lo eres [escritor] te ofrecen más trabajo porque existe la idea, un poco errónea, de que si eres escritor puedes traducir mejor. No es que sea errónea, pero tampoco es que haya ninguna vinculación entre las dos cosas. Pero para un editor es un factor de prestigio tener a un escritor que haya publicado que le esté haciendo traducciones”.  

La descripción de las malas condiciones laborales es la habitual en las profesiones en las que el grueso de sus trabajadores es freelance: plazos de entrega absurdos, tarifas bajas, disponibilidad constante, jornadas interminables delante del ordenador. Lo que se conoce como trabajar a destajo: se cobra tanto según la cantidad de labores realizadas. Calvo añade un matiz a las quejas que quita protagonismo a su condición específica y la expande a la generalidad del sector del libro: “Paradójicamente la traducción, que hace años tenía fama de estar muy mal pagada, ha acabado estando mucho mejor pagada que otras cosas dentro del mundo editorial”.

Otro dato a tener en cuenta es que hacerse un hueco en el sector es complicado. Hace años estaba menos saturado, pero hoy en día, sin tener clientes ni experiencia es muy difícil entrar, al menos por lo que se deduce de las respuestas de ambos entrevistados. “No sigues el típico proceso de estudiar una carrera, hacer una oposición y colocarte de por vida. E incluso aunque entres en una editorial y tu trabajo sea bueno, siempre dependes de otra persona. Si se va el editor de mesa de la editorial, puede llegar otro que tenga a sus traductores de confianza y la relación puede acabarse de un día para otro”, comenta Julia.

Ambos coinciden en que para mantenerse dentro del sector la clave está en la constancia, el esfuerzo, la disponibilidad y la especialización en un género literario (ambos traducen esencialmente narrativa). Y en la calidad del trabajo entregado, por supuesto.
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